La primera mañana de este largo viaje familiar, en Miami Beach, mientras observábamos un nido protegido de tortugas marinas, mi hijo menor me contó que este año, dentro del tema de los cuatro elementos, en el del agua habían estudiado precisamente ese fenómeno. Es decir, que estaba viendo en la realidad algo que ya había visto en una pantalla. Ese tipo de reconocimiento, ampliado, define la experiencia de viajar.
Así, después de haber visitado en Madrid la exposición Buckminster Fuller, vi por primera vez una cúpula geodésica del inventor y visionario norteamericano en el Distrito de las Artes de la capital de Florida; o tras haber descubierto en París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, el concurso anual de dobles de Ernest Hemingway, visité el Sleeppy Joe’s Bar de Key West donde se organiza (junto con un encierro de San Fermines con vacas de madera); o descubrí Las Vegas después de tantos años leyendo sobre ella y citándola en mis cursos y conferencias sobre historia del viaje; o visité el mítico Museum of Jurassic Technology, una experiencia narrativa e intelectual y sensorial, que te transporta a la tenue frontera que separa el ensayo cultural del fake a través de varias salas con textos y dispositivos de otra época, como el diorama, para hacerte vivir en un mundo de circo, magia, ilusión e historia de la ideas, años después de haber leído, en inglés primero y en español después, El gabinete de curiosidades de Mr. Wilson, una crónica que reproduce muy bien el sentimiento de maravilla que vives allí dentro.
Aunque esos momentos, y tantos otros, fueron recorridos por el escalofrío de la experiencia estética o mental que uno busca cuando viaja, lo cierto es que en el Gran Cañón del Colorado o viendo delfines desde un barco ya no sentí lo que, ante espectáculos naturales como ésos, sí sentí cuando era joven. Mis hijos, en cambio, sí estaban fascinados. En ese eco, esa vivencia de segundo grado, comentada en habitaciones de motel y horas y más horas de coche, tal vez esté el sentido, el aprendizaje más profundo de este viaje.
UN LIBRO
Aprendiendo de Las Vegas, de Denise Scott Brown, Robert Venturi y Steven Izenour
Gustavo Gili
Fruto de uno de esos cursos académicos que uno hubiera querido hacer, que combinó la teoría y los viajes a Las Vegas, este libro publicado hace poco más de medio siglo es uno de los más influyentes de la historia del urbanismo. Nos enseñó la originalidad y el interés de Las Vegas. Y la importancia simbólica tanto de sus imitaciones más o menos irónicas como de sus parkings.
UNA PELÍCULA
Blade runner, de Ridley Scott
Junto con 2001, anterior, y Her, posterior, es una de las películas que nos ayudan a entender lo que está ocurriendo con la inteligencia artificial. Pensé en ella tanto cuando visitaba el Bradbury Building, donde se rodaron algunas de sus escenas, como cuando recorrí The Sphere, pues en su hall se puede interactuar con robots de aspecto bastante humano.
UN FANZINE
Last and Lost
Es muy interesante que la gran librería The Last Bookstore de Los Ángeles, que he tenido la suerte de visitar por segunda vez, haya decidido contar su historia y presentar su nuevo proyecto, su sucursal Lost Books, en un formato de autopublicación clásica. Conecta con los vinilos que también venden. Con nuestra necesidad de algo más que futurismo y pantallas.
UNA SERIE
A Brief History of the Future, de Ari Wallach.
En los vuelos de American Airlines tuve la suerte de ver esa docuserie que intenta imaginar un futuro mejor, a través del encuentro del protagonista con profesores, emprendedores o expertas que están llevando a cabo experimentos utópicos, desde la fisión nuclear o las macroinstalaciones de paneles solares hasta el cultivo de algas o el diseño comunitario de porvenires sostenibles.
UNA WEB
conformlab.com
La agencia de diseño Conform Lab, que colaboró en la recreación de la obra de Fuller en Miami, trabaja en innovación de patrones, sistemas, materiales. Otro nivel.
LA FIRMA: El próximo miércoles Bernardo Fernández, Bef, presentará mi libro Las huellas en la preciosa librería Rosario Castellanos del Centro Cultural Bella Época de Ciudad de México. Con esa excusa, he invitado al escritor, guionista y dibujante mexicano a que escriba esta lista de “incompleta de las mejores novelas gráficas latinoamericanas de todos los tiempos” que, en sus propias palabras “no, por supuesto que no son las 10 mejores, son diez estupendas historias gráficas creadas desde el sur global, cada una de ellas profundamente enraizada en su contexto local pero apelando a un público internacional que, como historietista, me han gustado mucho (y entre gitanos no nos leemos la mano)”: 1) El Eternauta (Argentina, 1959) Héctor Germán Oesteheld, palabras y Francisco Solano López, imágenes. Mientras Art Spiegelman, Alan Moore y Frank Miller iban al jardín de niños, los argentinos estaban haciendo una historieta inteligente, dirigida a un público maduro, como decían las portadas de Vertigo cuarenta años después. El Eternauta, la gran distopía latinoamericana narra una invasión extraterrestre a Buenos Aires donde hombre comunes tienen que defender su territorio de un enemigo terrible en el que varios vieron una alegoría a las dictaduras militares, incluidos los propios milicos, que desaparecieron a su escritor. Una adaptación a Netflix se estrenará el próximo año. 2) Virus tropical (Colombia, 2009) Power Paola. Mi novela gráfica latinoamericana favorita. La autora, proveniente de las artes visuales, emprende una autobiografía precoz que empieza desde el momento que su mamá siente los primeros malestares del embarazo, lo que su médico diagnostica como un “virus tropical”, para atravesar por el recuento de su niñez en Ecuador, el regreso a Colombia ya de adolescente durante el peor período de violencia del país hasta llegar a la edad adulta en un recuento honesto y conmovedor. El libro fue convertido en un largometraje animado en 2018. 3) Dos Aldos (Colombia, 2016) Pablo Guerra, palabras y Henry Díaz, imágenes. Deliciosa aventura de ciencia ficción en la que se cuestionan los dilemas éticos de la biotecnología y la fragilidad y complejidad de consolidar una identidad. El libro ganó la Medalla de Oro de la competencia internacional de historieta que se convoca en Japón cada dos años, el Japan International manga Award, en 2018, demostrando que Colombia, un país en el que hasta hace poco la tradición de historieta era totalmente endogámica, tiene mucho que contarle no sólo a Latinoamérica sino al resto del mundo. 4) Poncho fue (Argentina, 2019) Sole Otero. La historia de una relación amorosa dibujada con delicadeza y ternura va agriándose en la medida que descubrimos que el novio de la protagonista, proyección historietística de la autora, en un sujeto manipulador y cruel con su pareja. Se inserta en una corriente de cómics que exploran la auto ficción femenina desde Latinoamérica desde muchos ángulos, siendo éste un ejemplo especialmente conmovedor. 5) Diego Rivera (México, 2023) Francisco de la Mora, palabras y José Luis Pescador, imágenes. Para mí, ésta es la gran novela gráfica mexicana. El pretexto de contar la biografía del más importante artista nacional del siglo XX permite a sus autores transitar por seis décadas cruciales para la historia del país y del mundo, que van desde la Revolución Mexicana hasta la Guerra Fría. El dibujo prodigioso de Pescador convierte a este biómic (de cómic + bio) en una catedral gráfica, hermanado con la rigurosa investigación de De la Mora. Una belleza. 6) Daytripper (Brasil, 2009) Gabriel Bá y Fábio Moon. Los hermanos genios del cómic carioca construyen un ingenioso aparato recursivo, una historia cotidiana con fuertes resabios del realismo mágico que se envuelve a sí misma en una espiral narrativa fascinante en la que quizá sea una de las estructuras narrativas más ambiciosas del cómic latinoamericano. Ante el público lector se despliega un auténtico jardín de senderos que se bifurcan en las múltiples vidas paralelas de Bras de Oliva Domingos, el protagonista. Tan entrañable como luminosa, es un festín pictosecuencial que deja ganas de leer más historietas del Brasil, auténtica potencia comiquera enjaulada en la barrera del lenguaje. 7) Achiote (Chile, 2014) Alberto Montt. Este ecuatoriano chileno se ha dado conocer principalmente como humorista gráfico, pero en este libro de historias breves decide probarse como narrador, con gran solvencia. Echando mano de la auto ficción para construir puentes fantásticos a partir de su propia biografía, nos entrega una serie de historias empapadas de nostalgia y una peculiar melancolía que, por una vez, sustituyen su emblemático humor corrosivo y absurdo para mostrarnos su rostro más conmovedor. 8) Mandrágora (México, 2021) Santiago Moyao. Desgarradora novela sobre una madre buscadora del desierto, aquellas mujeres que han perdido un hijo o hija en las garras del crimen organizado para jamás volver a saber de él o ella. Estas damas peinan territorios inhóspitos como el desierto del norte mexicano buscando los restos mortales de sus desaparecidos. Dibujada con cruda economía, Moyao logra eludir el amarillismo para dar dimensión humana a una tragedia nacional que se ha convertido en los medios de comunicación en llanas estadísticas. La habilidad del autor permite construir una ficción cruda que sin embargo termina con una nota luminosa en medio de toda esta sordidez. 9) El día más largo del futuro (Argentina, 2016) Lucas Varela. Historieta muda, es decir, narrada sin textos, sobre una distopía asfixiante donde el humor cruel del autor se nivela con el hermoso dibujo y la fluidez narrativa para entregarnos una pequeña golosina repleta de cianuro. He aquí a un autor talentoso que merece ser obscenamente rico y famoso. 10) El centro de algún lugar (México, 2022) Idalia Candelas y Augusto Mora. Compilación de periodismo cómic de estos dos autores, cada uno de los cuales ha hecho una notable carrera por su lado. Aquí unen esfuerzos para compilar una serie de reportajes gráficos que dejan muy clara la posición política de sus autores, que logran establecer un diálogo equilibrado entre sus estilos para componer un álbum contundente.
Gracias a la invitación de la UNAM, esta próxima semana estaré en FILUMI, la feria del libro universitario, hablando sobre inteligencia artificial, literatura, cómic y podcast. Aquí tienes el programa. La experiencia en Querétaro, que ha hecho posible la generosidad de Aranzazu Núñez y su agencia Storylab, ha sido estupenda (hasta el punto que mis hijos dicen que ha sido lo mejor del viaje). Aquí se habla de ello. Y ayer tuve la suerte de conocer la gran librería y biblioteca Profética de Puebla y de hablar en ella sobre mis libros, gracias a José Luis Escalera. El final del viaje será una conversación sobre Dante y Cervantes en el siglo XXI con Marilena en la Casa Universitaria del Libro de la Colonia Roma, el viernes a las 19 horas.
Desde el último envío de Solaris he publicado varios artículos en La Vanguardia (aquí los tienes todos, el más reciente es sobre Los Ángeles, sus librerías y su posible espíritu olímpico) y esta columna en Revista Mundo Diners, que se puede leer gratis, sobre audiodiversidad.
Como ya comenté en mi anterior boletín, el día 7 de septiembre a las 12 horas, Laura Fernández, Joan Tarrida y yo presentaremos Las huellas en la librería Fahrenheit 451 de Barcelona (Calle de la Ribera 8, enfrente del Centre Cultural del Born). Como es mi cumpleaños, después habrá aperitivo. Ojalá puedas estar, en cuerpo o en alma (si me acuerdo, lo retransmitiré en mi cuenta de Instagram: @jorgecarrion21). Y el día 9 viajaré a Uruguay, pues me ha invitado la Feria del Libro de San José a hablar sobre Membrana y Todos los museos son novelas de ciencia ficción, tanto en su programa (con el privilegio de que también reproducirán la exposición Todas las novelas son museos de ciencia ficción, que ya se pudo ver en Chile) como en la librería Escaramuza de Montevideo (el 13 de septiembre a las 21 horas, con Nicolás Tabárez). También se puede encontrar ya Las huellas en Uruguay.
Regresaré a tu buzón de correo electrónico el domingo 15. Cuídate mucho, y buena rentrée.